Queridos hermanos:
Hoy que es la fiesta de nuestro Patrón y Fundador de la Ilustrisima Universidad de Curas de Sevilla y como homenaje a él, reproducimos a continuación la Homilía que nuestro hermano el Rvdo. Sr. D. Adolfo Petit Caro, Cánonigo Magistral de la S.I.C. de Sevilla, y miembro de nuestra Universidad, ha pronunciado esta mañana en la Solemne Celebración Eucaristica en honor de nuestro Santo Rey.
HOMILIA FIESTA SAN
FERNANDO (30 MAYO 2014)
Hermanos sacerdotes concelebrantes, Excelentísimo Cabildo
Catedral, Sr. Alcalde y miembros de la Corporación Municipal de Sevilla,
Asociación de Nuestra Señora de los Reyes y San Fernando, Orden da Caballeros y
Damas de San Clemente y San Fernando, Representaciones, hermanas y hermanos
todos:
En el
nombre del Señor y de su Madre bendita, la Virgen María, en nombre de nuestro
Santo Rey, Patrono principal de la ciudad, en nombre de la Iglesia de Sevilla que
tiene en esta “Magna hispalensis” la sede visible más significativa, comienzo
saludando con todo afecto y deferencia a nuestras dignísimas autoridades
municipales que asisten corporativamente a esta solemne liturgia eucarística.
Un saludo también cordial y religioso a las representaciones que nos acompañan.
Es obligado
recordar, ante todo, alguno datos biográficos
--hagiográficos, porque son de un santo-- del Rey Fernando III, cuyos restos se veneran
con tanta piedad y devoción popular en nuestra Capilla Real. ¡Qué maravillosa
reliquia con autenticidad de siglos, la que se contiene en aquella preciosa
urna de plata!
Nuestro Rey
Fernando nace, casi con el siglo XIII, siglo de Oro de la cristiandad,
alrededor del año 1200, en la montaña entre Zamora y Salamanca (le llamarán,
por eso, el “montesino”), cuando está recién comenzado el pontificado romano
del joven pero grande Papa Inocencio III. La Iglesia se ve en aquel entonces
bien enriquecida espiritualmente por las nuevas Órdenes Religiosas de los
franciscanos y los dominicos. Siglo de Cruzadas, de santos, de teólogos, de
universidades y de catedrales. Siglo en España de una ya muy avanzada
Reconquista contra la invasión musulmana que comenzara en el siglo VIII.
El Santo Rey llevará siempre en su espíritu la
huella profundísima de la educación cristiana ejemplar recibida de su madre la
gran reina Doña Berenguela. (¡Benditas madres cristianas: cuánto bien hacen a
las familias, a la sociedad, a la Iglesia!). Junto a esta huella de su infancia,
los valores humanos estupendos de la “caballería” medieval y los valores
cristianos de la nueva espiritualidad de los frailes mendicantes.
El Rey Fernando
fue un perfecto “caballero” (rico en valores humanos de cultura, arte, música,
deporte, simpatía personal), y un
“caballero” cristiano que rezuma la valentía combativa de los Cruzados al
servicio de la Iglesia y de la defensa de la Tierra Santa de Jesús.
El Rey
Fernando vivió desde muy joven un muy intensa espiritualidad cristiana que
empapa su actividad guerrera, política, familiar y de gobierno, bien enriquecido él con la fuerza de la
oración, con el alimento frecuente de la Comunión eucarística, con la devoción
tierna y fuerte a la Santísima Virgen, con el esfuerzo ascético que le hace un
Rey cristiano sacrificado, penitente, austero, caritativo, misericordioso. Fue verdaderamente un seglar cristiano santo,
heroico, en el ejercicio de su vocación terrena de guerrero, de rey, de
gobernante, que busca la verdad, el bien
y la justicia. Muy humano --un hombre
extraordinario de su época-- y muy de
Dios, muy santo. Su vida es ejemplo para cristianos de ayer y de hoy, para
cuantos queremos tomarnos en serio este mundo nuestro, en cuya construcción
según el diseño de Dios nos ganamos la gloria del siglo futuro, el Cielo que
anhelamos. San Fernando Rey, esposo y padre ejemplar, enseña a los suyos a
vivir, en su época, los valores profundos de la familia cristiana, construida
sobre la base segura y fecunda del matrimonio en Cristo, uno e indisoluble.
San Fernando es
ejemplo y modelo de lo que, con lenguaje de hoy, llamaríamos un cristiano
auténtico en la vida pública. Un
cristiano que demuestra con obras que hay valores trascendentes --humanos y sobrenaturales-- más allá de nuestros valores democráticos,
importantes en sí pero insuficientes para marcar huella imperecedera, para
excluir cualquier forma de corrupción y de abuso de poder o de autoridad.
Queridos hermanos
y amigos: la celebración de la fiesta de San Fernando tiene este año en nuestra
Catedral un marcado acento mariano. Basta abrir los ojos para contemplar con
entusiasmo tanta belleza como la que nos preside desde este altar. La más bella
de las mujeres de la tierra, la Virgen María, es hoy la más que guapa Esperanza
Macarena. El cielo y el aire de Sevilla tienen hoy benéficos efluvios de
esperanza, tan necesaria para nuestra humanidad actual surcada por tantos
dolores y aflicciones. Más grave que la crisis económica y social que los
causa, crisis coyuntural que deseamos
superable a corto plazo, nos parece la crisis humana, moral y religiosa,
especialmente penosa porque priva al
hombre del consuelo y de la fuerza de la fe y la esperanza en Dios.
San Fernando fue
un enamorado de la Virgen. La devoción a la
Virgen marca su espíritu. Y las imágenes de Nuestra Señora acompañan
siempre su esfuerzo de guerrero y conquistador: la Virgen de las Batallas (joya de marfil en el tesoro de nuestra
Catedral) era la que el Santo Rey llevaba siempre consigo en el arzón de su
cabalgadura; la Virgen de los Reyes
(icono devotísimo regalo de su primo el rey San Luis de Francia, pero
que más parece obra de ángeles), que presidía sus campamentos militares y que
luego entrará en Sevilla como capitana de sus tropas; la Virgen de Valme, ante
la que implora en su ermita de Cuarto aquel “Váleme, Señora”, pidiendo el
auxilio maternal que necesita mientras estrecha el asedio de Sevilla; y tantas imágenes y advocaciones bellísimas
(Virgen de la Sede, Virgen de las Aguas…) de la única Madre de Dios y nuestra.
Hermanos, La Virgen María es la Madre de
Cristo y del cristiano, la Madre de cada ser humano redimido por Cristo. Es
Madre admirable, por las maravillas
obradas por Dios en Ella para prepararla como digna morada del Hijo de Dios hecho
Hombre en sus purísimas entrañas: Inmaculada, Llena de gracia y virtudes, la sin-pecado; la Madre Dolorosa
del Redentor; la Asunta al cielo como Reina y Señora, Madre de la Iglesia,
Medianera de todas la gracias, que acompaña nuestro peregrinar terreno hacia la Patria definitiva. Sí, Madre en
verdad admirable, pero también imitable en sus virtudes: en su
respuesta siempre afirmativa a las llamadas de Dios, en su pureza sin mancilla,
en su capacidad de entrega y sacrificio por el bien de la humanidad.
Qué alegría poder
decir “la Madre de Dios es mi Madre”. Por ser la Madre del Todopoderoso es la
“omnipotencia suplicante”, la que lo puede todo con su intercesión materna. Y
por ser nuestra Madre quiere para
nosotros todo lo mejor, todo lo que necesitamos para nuestra verdadera
felicidad, temporal y eterna.
Queridos todos,
como San Fernando rey, como tantos santos y santas de todas las épocas,
luchemos por ser muy marianos, por
parecernos lo más posible a la Virgen. Así seremos cristianos conscientes y coherentes con nuestra fe. Ella nos
llevará cada día al amor y al seguimiento de su Hijo Jesucristo, en el
cumplimiento de nuestros deberes ordinarios, donde no tenga cabida y sea
combatida la corrupción, la idolatría del dinero, del sexo y del poder, la
visión materialista de la vida, del trabajo y de las relaciones humanas. Como
rezamos en el Avemaría digámosle muchas veces: “ahora y en la hora de nuestra
muerte ruega por nosotros pecadores”. Reina y Madre de misericordia muéstranos,
después de este destierro, el rostro amado del fruto bendito de tu vientre.
Madre de Dios y Señora de Sevilla, invocada con el título de Nuestra señora de
los reyes, sigue dispensando a esta Ciudad y Archidiócesis una protección
singular. Madre de Dios, bendita seas. Ayúdanos. Así sea.