viernes, 30 de mayo de 2014

SAN FERNANDO REY


Queridos hermanos:
Hoy que es la fiesta de nuestro Patrón y Fundador de la Ilustrisima Universidad de Curas de Sevilla y como homenaje a él, reproducimos a continuación la Homilía que nuestro hermano el Rvdo. Sr. D. Adolfo Petit Caro, Cánonigo Magistral de la S.I.C. de Sevilla, y miembro de nuestra Universidad, ha pronunciado esta mañana en la Solemne Celebración Eucaristica en honor de nuestro Santo Rey.

HOMILIA FIESTA SAN FERNANDO (30 MAYO 2014)

Hermanos sacerdotes concelebrantes, Excelentísimo Cabildo Catedral, Sr. Alcalde y miembros de la Corporación Municipal de Sevilla, Asociación de Nuestra Señora de los Reyes y San Fernando, Orden da Caballeros y Damas de San Clemente y San Fernando, Representaciones, hermanas y hermanos todos:

       En el nombre del Señor y de su Madre bendita, la Virgen María, en nombre de nuestro Santo Rey, Patrono principal de la ciudad, en nombre de la Iglesia de Sevilla que tiene en esta “Magna hispalensis” la sede visible más significativa, comienzo saludando con todo afecto y deferencia a nuestras dignísimas autoridades municipales que asisten corporativamente a esta solemne liturgia eucarística. Un saludo también cordial y religioso a las representaciones que nos acompañan.

     Es obligado recordar, ante todo, alguno datos biográficos  --hagiográficos, porque son de un santo--  del Rey Fernando III, cuyos restos se veneran con tanta piedad y devoción popular en nuestra Capilla Real. ¡Qué maravillosa reliquia con autenticidad de siglos, la que se contiene en aquella preciosa urna de plata!

     Nuestro Rey Fernando nace, casi con el siglo XIII, siglo de Oro de la cristiandad, alrededor del año 1200, en la montaña entre Zamora y Salamanca (le llamarán, por eso, el “montesino”), cuando está recién comenzado el pontificado romano del joven pero grande Papa Inocencio III. La Iglesia se ve en aquel entonces bien enriquecida espiritualmente por las nuevas Órdenes Religiosas de los franciscanos y los dominicos. Siglo de Cruzadas, de santos, de teólogos, de universidades y de catedrales. Siglo en España de una ya muy avanzada Reconquista contra la invasión musulmana que comenzara en el siglo VIII.
   
     El Santo Rey llevará siempre en su espíritu la huella profundísima de la educación cristiana ejemplar recibida de su madre la gran reina Doña Berenguela. (¡Benditas madres cristianas: cuánto bien hacen a las familias, a la sociedad, a la Iglesia!). Junto a esta huella de su infancia, los valores humanos estupendos de la “caballería” medieval y los valores cristianos de la nueva espiritualidad de los frailes mendicantes.

     El Rey Fernando fue un perfecto “caballero” (rico en valores humanos de cultura, arte, música, deporte, simpatía personal),  y un “caballero” cristiano que rezuma la valentía combativa de los Cruzados al servicio de la Iglesia y de la defensa de la Tierra Santa de Jesús.

       El Rey Fernando vivió desde muy joven un muy intensa espiritualidad cristiana que empapa su actividad guerrera, política, familiar y de gobierno,  bien enriquecido él con la fuerza de la oración, con el alimento frecuente de la Comunión eucarística, con la devoción tierna y fuerte a la Santísima Virgen, con el esfuerzo ascético que le hace un Rey cristiano sacrificado, penitente, austero, caritativo, misericordioso.  Fue verdaderamente un seglar cristiano santo, heroico, en el ejercicio de su vocación terrena de guerrero, de rey, de gobernante, que busca la verdad,  el bien y la justicia. Muy humano  --un hombre extraordinario de su época--  y muy de Dios, muy santo. Su vida es ejemplo para cristianos de ayer y de hoy, para cuantos queremos tomarnos en serio este mundo nuestro, en cuya construcción según el diseño de Dios nos ganamos la gloria del siglo futuro, el Cielo que anhelamos. San Fernando Rey, esposo y padre ejemplar, enseña a los suyos a vivir, en su época, los valores profundos de la familia cristiana, construida sobre la base segura y fecunda del matrimonio en Cristo, uno e indisoluble.
     San Fernando es ejemplo y modelo de lo que, con lenguaje de hoy, llamaríamos un cristiano auténtico en la vida pública.  Un cristiano que demuestra con obras que hay valores trascendentes  --humanos y sobrenaturales--  más allá de nuestros valores democráticos, importantes en sí pero insuficientes para marcar huella imperecedera, para excluir cualquier forma de corrupción y de abuso de poder o de autoridad.

     Queridos hermanos y amigos: la celebración de la fiesta de San Fernando tiene este año en nuestra Catedral un marcado acento mariano. Basta abrir los ojos para contemplar con entusiasmo tanta belleza como la que nos preside desde este altar. La más bella de las mujeres de la tierra, la Virgen María, es hoy la más que guapa Esperanza Macarena. El cielo y el aire de Sevilla tienen hoy benéficos efluvios de esperanza, tan necesaria para nuestra humanidad actual surcada por tantos dolores y aflicciones. Más grave que la crisis económica y social que los causa,  crisis coyuntural que deseamos superable a corto plazo, nos parece la crisis humana, moral y religiosa, especialmente penosa  porque priva al hombre del consuelo y de la fuerza de la fe y la esperanza en Dios.

     San Fernando fue un enamorado de la Virgen. La devoción a la  Virgen marca su espíritu. Y las imágenes de Nuestra Señora acompañan siempre su esfuerzo de guerrero y conquistador: la Virgen de las Batallas  (joya de marfil en el tesoro de nuestra Catedral) era la que el Santo Rey llevaba siempre consigo en el arzón de su cabalgadura; la Virgen de los Reyes  (icono devotísimo regalo de su primo el rey San Luis de Francia, pero que más parece obra de ángeles), que presidía sus campamentos militares y que luego entrará en Sevilla como capitana de sus tropas; la Virgen de Valme, ante la que implora en su ermita de Cuarto aquel “Váleme, Señora”, pidiendo el auxilio maternal que necesita mientras estrecha el asedio de Sevilla;  y tantas imágenes y advocaciones bellísimas (Virgen de la Sede, Virgen de las Aguas…) de la única Madre de Dios y nuestra.
      Hermanos, La Virgen María es la Madre de Cristo y del cristiano, la Madre de cada ser humano redimido por Cristo. Es Madre admirable, por las maravillas obradas por Dios en Ella para prepararla como digna morada del Hijo de Dios hecho Hombre en sus purísimas entrañas: Inmaculada, Llena de gracia y  virtudes, la sin-pecado; la Madre Dolorosa del Redentor; la Asunta al cielo como Reina y Señora, Madre de la Iglesia, Medianera de todas la gracias, que acompaña nuestro peregrinar terreno  hacia la Patria definitiva. Sí, Madre en verdad admirable, pero también imitable en sus virtudes: en su respuesta siempre afirmativa a las llamadas de Dios, en su pureza sin mancilla, en su capacidad de entrega y sacrificio por el bien de la humanidad.

     Qué alegría poder decir “la Madre de Dios es mi Madre”. Por ser la Madre del Todopoderoso es la “omnipotencia suplicante”, la que lo puede todo con su intercesión materna. Y por ser nuestra Madre quiere para nosotros todo lo mejor, todo lo que necesitamos para nuestra verdadera felicidad, temporal y eterna.

     Queridos todos, como San Fernando rey, como tantos santos y santas de todas las épocas, luchemos por ser muy marianos, por parecernos lo más posible a la Virgen. Así seremos cristianos conscientes y coherentes con nuestra fe. Ella nos llevará cada día al amor y al seguimiento de su Hijo Jesucristo, en el cumplimiento de nuestros deberes ordinarios, donde no tenga cabida y sea combatida la corrupción, la idolatría del dinero, del sexo y del poder, la visión materialista de la vida, del trabajo y de las relaciones humanas. Como rezamos en el Avemaría digámosle muchas veces: “ahora y en la hora de nuestra muerte ruega por nosotros pecadores”. Reina y Madre de misericordia muéstranos, después de este destierro, el rostro amado del fruto bendito de tu vientre. Madre de Dios y Señora de Sevilla, invocada con el título de Nuestra señora de los reyes, sigue dispensando a esta Ciudad y Archidiócesis una protección singular. Madre de Dios, bendita seas. Ayúdanos. Así sea.